La mujer de hacía veinte años había desaparecido por completo bajo la Hélène de hoy. La única verdadera, había dicho ella. Me sorprendí exclamando en voz alta:
- ¡No! ¡Miente!
Acto seguido me reí de mi propia emoción. En definitiva, ¿cuál es la cuestión? ¿Quién conoce a la verdadera mujer? ¿El amante o el marido? ¿Son realmente tan distintas la una de la otra? ¿O están tan sutilmente mezcladas que resultan inseparables? ¿Están hechas de dos sustancias que una vez combinadas forman una tercera que ya no se parece a las otras dos? Lo que sería tanto como decir que la verdadera mujer no la conocen ni el marido ni el amante. Sin embargo, se trata de la mujer más sencilla del mundo. Pero he vivido lo bastante para saber que no hay corazón sencillo.
El ardor de la sangre de Irène Némirovsky
Tiene una virtud maravillosa
Acrílico sobre cartulina Basik encolada a madera montada sobre bastidor 54x65 cm.
Me gusta mucho el cómo ha ido evolucionando tu obra dentro de unos temas y búsquedas expresivas. Saludos.
ResponderEliminarMuchas gracias María Elena por tus palabras, el trabajo en esta búsqueda se disfruta.
EliminarUn abrazo.